Salto, alto, lo más
alto que pueden mis fuerzas algo menguadas por el batir persistente. Arriba
agito de nuevo mis piernas como si nadase a braza para alcanzar la luna. Siento
que es aleatorio que funcione o no este meneo, pero me urge que esta sea una
buena porque están cerca. Estoy desesperada, y mi aliento entrecortado hace
latir el cielo anaranjado. No consigo alzarme a más de cinco metros de la arena
caliza que ya suda el polvo que genera la onda expansiva de los galeones. Los
veo, la vela del barco lucha contra la maleza, y la frondosidad parece
arrodillarse ante ellos. Fuertes, rutilantes y decididos no estarán ya ni a
media legua. Canto de dolor y los árboles se apiadan de mí acercando sus ramas
a mi cuerpo agotado. Me empujan. Salgo como un cohete, despedida al infortunio
del cielo que espero sea indulgente. El catalejo que me regaló Barbarroja me espera
en la Nube Magnánima. Las extremidades me responden decididas y de pronto
siento que la gravedad se pone de mi parte y me da cuartelillo. Por el anteojo
observo la cara del filibustero que se ha afeitado la barba y ríe como mi
padre. Del navío sale disparada una botella que rebota en la cabeza de una
gaviota que me estaba aconsejando sobre las bondades y virulencias de esta
bóveda gloriosa que me ha recibido. El Ave Fénix no puede terminar su
frase por el aturdimiento y cae marchita como una roca a la boca del tiburón
que charlaba amigable con las flores. Lo escupe y las flores se pelean por la
presa.
Me corto los dedos
con los cristales que quedaron pegados al mensaje del pirata y un sinfín de
letras voladeras me saludan y empiezan a bailar entre ellas. Vuelan con más
facilidad que yo y forman un mensaje de luces de neón rosa fluorescente: Te buscaré
por tierra, mar y aire. En la nube más cercana al mensaje hay un
Cadillac que se está surtiendo de gasolina, junto al bar de comida rápida.
Estoy postrada
sobre la nada gaseosa, y como tengo que hacer fuerza para continuar mi camino,
decido detenerme en una parada de autobús a esperar que aparezca una nube y me
libere de esfuerzos. Comparto un momento infinito con la oruga fumadora del
País de las Maravillas que está creando eles y jotas que se pierden en esta
atmósfera y se convierten en un nimbo cualquiera. Llega por fin una nube rosa
de azúcar. El gusano humeante me cede el paso haciéndome una reverencia con
siete patas cortas.
Hay un sitio libre.
Me siento y miro el cristal que me devuelve mi propio reflejo. No es mi mejor
día y la imagen que contemplo me quita las dudas posibles. Siento que me han
pisado el cuerpo los Cien Mil Hijos de San Luis, y trato de ovillarme en la
butaca. Miro a los pasajeros, todos tienen la barba roja. Quiero gritar, pero
no consigo articular palabra… Solo me sale humo. Un vaho fino y quebradizo.
Trato de encontrar entre los transeúntes a la oruga para robarle la pipa y
poder gritar “Aaaaahhh”, con letras emanadas. Al fondo, la veo… me arrastro y
me volteo sobre mi propio dolor. El suelo es gris y de aquél rosa chicle no
queda ni el olor a goma gastada. Mi vehículo es un nubarrón y si pego la oreja
al suelo escucho nuestra propia tormenta. Llego a mi destino. Escalo por unas
patas cortas como si de una escalera prodigiosa se tratase. Llego a su rostro
de larva añeja que ahora tiene los rasgos del corsario y se vuelve a reir como
mi padre. Tras una fuerte bocanada saca de la cachimba un único mensaje: Te encontré.
“Al salir, tenga
cuidado para no introducir el pie entre coche y anden” resuena de fondo.
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madermain marikilla, dandole a las drogas de buen maniana? ;P
ResponderEliminarJajajja... Elprenda me volvió chaveta. Droga dura, el tío...
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