viernes, 23 de octubre de 2015

Un mal día para luces de neón

Salto, alto, lo más alto que pueden mis fuerzas algo menguadas por el batir persistente. Arriba agito de nuevo mis piernas como si nadase a braza para alcanzar la luna. Siento que es aleatorio que funcione o no este meneo, pero me urge que esta sea una buena porque están cerca. Estoy desesperada, y mi aliento entrecortado hace latir el cielo anaranjado. No consigo alzarme a más de cinco metros de la arena caliza que ya suda el polvo que genera la onda expansiva de los galeones. Los veo, la vela del barco lucha contra la maleza, y la frondosidad parece arrodillarse ante ellos. Fuertes, rutilantes y decididos no estarán ya ni a media legua. Canto de dolor y los árboles se apiadan de mí acercando sus ramas a mi cuerpo agotado. Me empujan. Salgo como un cohete, despedida al infortunio del cielo que espero sea indulgente. El catalejo que me regaló Barbarroja me espera en la Nube Magnánima. Las extremidades me responden decididas y de pronto siento que la gravedad se pone de mi parte y me da cuartelillo. Por el anteojo observo la cara del filibustero que se ha afeitado la barba y ríe como mi padre. Del navío sale disparada una botella que rebota en la cabeza de una gaviota que me estaba aconsejando sobre las bondades y virulencias de esta bóveda gloriosa que me ha recibido.  El Ave Fénix no puede terminar su frase por el aturdimiento y cae marchita como una roca a la boca del tiburón que charlaba amigable con las flores. Lo escupe y las flores se pelean por la presa. 


Me corto los dedos con los cristales que quedaron pegados al mensaje del pirata y un sinfín de letras voladeras me saludan y empiezan a bailar entre ellas. Vuelan con más facilidad que yo y forman un mensaje de luces de neón rosa fluorescente: Te buscaré por tierra, mar y aire. En la nube más cercana al mensaje hay un Cadillac que se está surtiendo de gasolina, junto al bar de comida rápida.

Estoy postrada sobre la nada gaseosa, y como tengo que hacer fuerza para continuar mi camino, decido detenerme en una parada de autobús a esperar que aparezca una nube y me libere de esfuerzos. Comparto un momento infinito con la oruga fumadora del País de las Maravillas que está creando eles y jotas que se pierden en esta atmósfera y se convierten en un nimbo cualquiera. Llega por fin una nube rosa de azúcar. El gusano humeante me cede el paso haciéndome una reverencia con siete patas cortas.

Hay un sitio libre. Me siento y miro el cristal que me devuelve mi propio reflejo. No es mi mejor día y la imagen que contemplo me quita las dudas posibles. Siento que me han pisado el cuerpo los Cien Mil Hijos de San Luis, y trato de ovillarme en la butaca. Miro a los pasajeros, todos tienen la barba roja. Quiero gritar, pero no consigo articular palabra… Solo me sale humo. Un vaho fino y quebradizo. Trato de encontrar entre los transeúntes a la oruga para robarle la pipa y poder gritar “Aaaaahhh”, con letras emanadas. Al fondo, la veo… me arrastro y me volteo sobre mi propio dolor. El suelo es gris y de aquél rosa chicle no queda ni el olor a goma gastada. Mi vehículo es un nubarrón y si pego la oreja al suelo escucho nuestra propia tormenta. Llego a mi destino. Escalo por unas patas cortas como si de una escalera prodigiosa se tratase. Llego a su rostro de larva añeja que ahora tiene los rasgos del corsario y se vuelve a reir como mi padre. Tras una fuerte bocanada saca de la cachimba un único mensaje: Te encontré.

“Al salir, tenga cuidado para no introducir el pie entre coche y anden” resuena de fondo. 

jueves, 1 de octubre de 2015

Octubres

La eternidad del tiempo cuando se es niño es taaan inusitada… Lamama cree que hace dos días fue el minuto anterior y para mí han pasado perpetuidades. -Pero si te lo acabo de decir-, me dice. Y yo pienso que entre mi corta memoria y estos minutos perennes que acontecen, voy listo. Bueno, va lista ella. En realidad yo sigo una filosofía de vida muy en boga, deseada por muchos, soñada y perseguida. Así que cuando me salta con eso de -¿Pero otra vez? ¿Pero te lo tengo que volver a decir? Yo resoplo y dignamente:

-Carpe diem, mama. Carpe diem. 

No sé muy bien qué estoy diciendo pero se lo he escuchado a Elpáter varias veces, y creo que ahí está muy bien metido. Lo sé porque Lamama empatiza enseguida y me contesta con el lenguaje cifrado bendito: Delirium tremens ipso facto, me pareció entender.

Venía yo hablándoles del tiempo y de las horas porque por lo visto van diez. Sí, diez. Octubres. Yo sólo de pensarlo me estremezco porque una década da para nacer varias veces. Podríamos ser ya infinitos Prendas si se hubiesen aplicado en un principio.

En el fondo, he de agradecer la desidia en el asunto pues sin duda ha promovido mi llegada. Vete tú a saber si hubiese estado el horno para bollos tanto tiempo más tarde, con otros niños haciendo de las mías sin yo poder verlo, y dejándome mal desde un principio. La suerte se puso de mi lado y conseguí llegar a puerto. Además, encontré resplandeciente el útero materno… ¡Cómo lo echo de menos, caramba!

Y como he sido el primero, mi nombre fue elegido cabalmente cuando, por lo visto, Lamama quitó a Elpáter sus ideas revolucionarias y se impuso la sensatez. Es algo que he escuchado varias veces en este tiempo vivido. Gracias a Lamama mi DNI no estará en las páginas de esos periódicos chuscos que presentan listas de documentos de identidad que lucen nombres de traca. Me salvé en el último instante –por lo visto- de compartir página con Shakespeare Mozart Armstrong Correa Pérez. Aunque Elpáter tiene más clase, y mi apelativo hubiese sido más del tipo Karl Tupac de los Claveles Proletario. ¡Ay!

Pero esta entrada no va de eso, no. Hoy estamos de gala, yo fundamentalmente, porque semejante aguante, con la infinitud espacio-temporal que eso conlleva, es digno de elogio. Este tipo de cosas me inclinan a pensar en la falacia de los adultos; eso que dicen de la memoria y su mejora, que de aquí a unos años empezaré a acordarme de las cosas. Yo creo que ellos se olvidan mal y pronto de según qué aconteceres porque si no, esto no se explica…

Por Martín Elfman (compañero de viaje)

Una década atrás Lamama volaba a Edimburgo a ver qué onda transmitía ese joven Páter, y qué aventuras y desventuras empezaban en tierra lejana. Así, grosso modo, me he podido enterar de que vivieron en una casa ocho personas casi cuatro años, y en verano eran dieciséis (pero Carpe diem, oye, diría Elpáter). Que llovía y los adoquines se volvían gris oscuro. Las caras se enfriaban bajo ese cielo de colores imposibles señalado por un sinfín de cúpulas puntiagudas; pero los corazones estaban calientes. Había largas tardes de té, mucha guitarra, muchas charlas, pintas con sabor a regaliz. Había una suerte de nacionalidades dispersas a las que el destino cruzó para entenderse y conocerse. Había siempre, por lo visto, un olor a cebada que lo impregnaba todo.

Y si no fuera esto suficiente, volaron a La Paz, la ciudad más alta de La Tierra, para seguir su aventura expatriada aún más lejos. Y siguió habiendo mucha guitarra, y chuño y fricasé; y actividades culturales, y nuevos compañeros de vida y de viaje, y charlas y paseos por las nubes.

Y aunque nunca más se bajaron de las nubes –no hay que ser adulto para notar esto- sucedió lo que parecía ya del todo imposible: regresaron. Y lo hicieron para probar la tranquilidad que otorga un pueblito costero más cercano al origen. “Se acabaron las fuertes emociones y los corazones latientes de las antípodas”, pensaban. Pero aquí estoy yo, y tuvieron que reescribir esta última frase: “Se acabaron las antípodas. Empiezan las emociones fuertes. Tengo el corazón en la boca”.

No sería capaz de contar aquí intimidades de mis padres. Bueno, al menos no hoy. Dejémosles tener la fiesta en paz. Diré solamente que adaptarse al mundo en general es toda una historieta, así que imagino que adaptarse a alguien en particular puede ayudar a sobrellevarlo. Si no, no me explico…

Imagino, además, que Lamama hizo suyo un poco eso del Carpe diem, y cuando las cosas se ponen de color de ala de mosca (como diría Elpáter, qué genio el tío) acaba creyéndoselo del todo.

Que siga la fiesta. Alea iacta est.